Adicción: la historia de Nicole

Como muchas otras mujeres con problemas de adicciones, Nicole sufrió mucho tiempo antes de encontrar un programa adaptado a sus necesidades

Adicción en mujeres

«Desde su llegada al programa, se siente desubicada. La mayoría de los consejeros, sino es que todos, son hombres al igual que la mayor parte de la treintena de residentes. Tan solo hay cinco mujeres…» – Licencia: CC

La historia de Nicole S. desde su primera dosis de analgésicos opiáceos hasta el infierno del uso de múltiples inyecciones diarias de heroína, es sin duda diferente de lo que uno podría esperar. Nicole no viene de una familia disfuncional. Nunca ha experimentado condiciones de vida precarias, barrios difíciles, padres o compañeros violentos. Hasta su encuentro con las drogas, su historia es muy común. Sus estudios, su trabajo un tanto aburrido en una empresa de software, su encuentro con su futuro marido, su decisión de convertirse en madre ama de casa después del nacimiento de su primer hijo, su vida cotidiana en un tranquilo barrio residencial… Nada parece predisponerla a conocer la adicción algún día.

Poco después del nacimiento de su tercer hijo, Nicole comienza a sentir intensos dolores de espalda y semana tras semana estos dolores parecen empeorar. Sus actividades diarias, sus responsabilidades, el cuidado de los niños, todo se convierte en un calvario. Su médico es comprensivo, escucha. Le explica que con los medicamentos actualmente disponibles, nadie debe estar expuesto innecesariamente al dolor. Le receta entonces OxyContin (oxycodona), un poderoso analgésico relacionado con la morfina. El medicamento es sumamente eficaz, casi mágico. Nicole reanuda de inmediato sus actividades, ahora marcadas por la toma de pastillas de OxyContin.

Sin embargo, poco a poco comienza a tomar más, hasta exceder de manera regular la dosis prescrita. Intenta frenar su consumo, pero al cabo de unas horas, un deseo incontenible se apodera de ella. Necesita lo que se está convirtiendo en su droga.

La adicción se instala

Con el tiempo, comienza a formular todo tipo de artimañas para obtener de su médico los cientos de pastillas que ahora necesita cada mes. Engaña a todo el mundo. Al médico, por supuesto, pero también a los allegados de Nicole y a todos los que la rodean. Vista desde fuera, lleva una vida tranquila y plena. Siempre responsable, siempre disponible para los demás, todo el mundo la adora. Para su hija, ella es entonces «una madre en la que todo el mundo confía: sus hijos, los hijos de otros e incluso sus madres». Gracias a las pastillas, Nicole se siente fuerte, responsable y con control. «Estas píldoras sacaban a la luz una mejor versión de mí misma, bueno, eso es lo que pensaba». Los terribles dolores de espalda ya no son más que un recuerdo, pero ahora toma hasta 20 pastillas al día, solo para ser ella misma.

Durante casi dos años, Nicole logra mantener las apariencias. Pero este equilibrio, tan frágil como engañoso, un día se rompe en mil pedazos con el escollo de la realidad. Impulsada por una crisis de abstinencia particularmente difícil, decide hablar con su pareja al respecto. Después de la primera sacudida, este último se dirige rápidamente al médico y de entrada lo acusa de haber drogado a su esposa. Este se defiende. Según él, no es en absoluto responsable de esta situación. Nicole solo puede culparse a sí misma. Debería haber seguido las dosis indicadas en lugar de excederlas y mentir para conseguir cada vez más.

Este es un punto de inflexión. Ante el callejón sin salida en el que se encuentra, Nicole promete detenerse. Pero es prácticamente imposible. La adicción continúa, pero las formas de alimentarla cambian. En lugar de depender únicamente de las recetas de su médico, lo cual ya no es posible, comienza a robar los medicamentos de sus amigos. También va a las farmacias para pedir la renovación de recetas para otras personas. Esto funciona por un tiempo. Hasta el día en que un empleado llama al médico para confirmar la renovación…

Oxycodone

Los síntomas de la abstinencia de oxicodona, como con otros opioides, pueden incluir ansiedad, ataque de pánico, náuseas, insomnio, dolor muscular, debilidad muscular, fiebre y otros síntomas similares a la gripe – foto: licencia CC

El descenso al infierno

Nicole no puede evitar los problemas con la justicia. Sin embargo, queda libre de cargos. En lugar de la pena de prisión que podría haber recibido, la jueza a cargo de su caso le propone seguir un programa de tratamiento y acude a un centro. Desde su llegada al programa, se siente desubicada. La mayoría de los consejeros, sino es que todos, son hombres al igual que la mayor parte de la treintena de residentes. Tan solo hay cinco mujeres… y qué tipo de mujeres. «Las únicas mujeres del grupo eran niñas perdidas. Mujeres jóvenes que a los 20 o 25 años, con apariencia de de 40, consumidas por las metanfetaminas. Me caían bien pero realmente no tenía nada en común con ellas». A pesar de todo, Nicole logra terminar su programa. 28 días de abstinencia, ya es un buen resultado; sin embargo, no ha avanzado un solo milímetro en cuanto a su rehabilitación. No tiene amigas en quienes confiar ni un consejero que pueda guiarla en sus problemas como mujer. Sobre todo, cuatro semanas sin ver a sus hijos ni a su pareja, sin derecho a visitas.

De vuelta a casa, Nicole finalmente vuelve a ver a su familia. Siente estar llena de libertad y de ganas de vivir. Eso no dura. Los años siguientes están repletos de disputas con su pareja y sus hijos. Marcados también por recaídas. La adicción siempre está presente, como un intruso terrible y sigiloso en el seno familiar que ella amaba tanto. Nicole comienza a «abastecerse» en las calles. De consumir opioides con receta, pasa a la heroína de las calles, que es mucho más barata. Luego, después de la inhalación, pasa a las inyecciones. El marido y los niños pronto dejan de formar parte de su historia. Nicole se ha ido.

Ha dejado a su familia y su pequeña casa en un barrio acomodado para irse a vivir con un distribuidor de heroína en un piso en el centro de la ciudad. En una pocilga.

No la golpea, ni siquiera la toca. En las noches, se acurruca contra ella y los dos se quedan así, inmóviles. Como dos pequeñas cucharas ordenadas en un cajón sucio, hasta la primera inyección de la mañana.

El final del camino

Para asegurar su constante provisión de heroína, Nicole se pone a venderla ella misma. No solo en el piso cuando su pareja no está, sino también en la calle o directamente en casa del cliente. Ella sabe que eso no puede durar mucho. Ya no presta atención a esconderse ni a elegir a sus clientes. Se siente al volante de un automóvil que va rumbo al sepulcro en línea recta, con los ojos cerrados. Espera toparse con un muro.

Un día, en la madrugada, la puerta del piso literalmente estalla en mil pedazos. Se escuchan los gritos de «¡policía, policía!» Una decena de hombres con casco y armados irrumpen en su vida. Más tarde, mucho más tarde, se suceden los interrogatorios. Nicole no disimula nada, pero pronto comprende que su pareja se hace responsable de todo. La organización, la venta, los contactos, era él quien se hacía cargo de todo. Ella no estaba ahí más que para consumir. «Cuando me vi entre cuatro paredes, comprendí que esta parte de mi vida había terminado y curiosamente, a pesar del terrible malestar de la abstinencia, comencé a ver un rayo de esperanza». Para evitar ir a prisión, acepta iniciar un programa de rehabilitación. Se acaba de abrir un nuevo centro con un programa específico reservado a las mujeres. Tras los primeros diez días de desintoxicación, Nicole de inmediato se siente mejor.

Las consejeras la escuchan y todas las pacientes son mujeres; se siente mejor comprendida y también mejor aceptada. Su enorme sentimiento de culpabilidad se desvanece. Sin embargo, sabe que aún le queda mucho por hacer para recuperar el tiempo perdido. Será un largo camino lleno de pruebas.

La primera de ellas la espera esta tarde. Su marido y dos de sus hijos vendrán a visitarla. La tercera aún no está lista. Algún día, quizás…