Desde hace casi cuarenta años, la red Dianova está comprometida en dar a las personas los medios para lograr una mayor libertad y autonomía, es decir, los medios para cambiar. Para lograrlo, hemos desarrollado prácticas basadas en la introspección y en la relación con los demás, así como en el aprendizaje, porque aprender también significa cambiar. La educación, formal o informal, ha sido siempre el corazón del proyecto social de Dianova Este compromiso, en favor de la educación entre otros, ha permitido, que Dianova obtenga en las Naciones Unidas el estatuto consultivo ante el Consejo Económico y Social, lo cual nos anima a seguir por este camino y a participar en el desafío de los objetivos del Milenio para el Desarrollo, a través de nuestra experiencia en materia de aprendizaje.
Por eso, la vocación de la red Dianova no tendrá que cambiar, sólo habrá que llegar más allá, para dar, no sólo a las personas los medios para cambiar, sino también a la sociedad en su conjunto. Con esta intención iniciamos un proceso, en el que Dianova se convertirá en un promotor del cambio social, para lograr una sociedad más justa y un desarrollo más sostenible. La primera etapa de esta visión para el futuro es el proyecto educativo de Dianova.
Esta visión fue compartida y comunicada por todas las organizaciones miembro de la red, en la Asamblea General de Dianova, a finales de 2009. El primer paso fue establecer un grupo de trabajo, denominado «Educación Dianova 2012», con el fin de identificar nuestros valores y construir un proyecto que fuera coherente con la visión y la misión de la red.
En el trabajo de investigación que siguió, se elaboraron documentos, se revisaron archivos, se estudiaron teorías filosóficas y sociológicas de todas las fuentes, en un proceso de reflexión y definición de nuestros valores que nos permitió determinar el marco filosófico de nuestro proyecto educativo.
Entre las tesis de algunos de los autores estudiados, hemos encontrado resonancias y ecos con nuestros valores y con los posicionamientos que queremos defender. Por ejemplo, entre las del sociólogo Edgar Morin en el libro «Los siete saberes necesarios a la educación del futuro». Morin no apunta a elaborar un sistema basado solamente en la adquisición de habilidades individuales o el desarrollo de relaciones interpersonales, sino que va mucho más allá y llama a construir un futuro sostenible, en el que las palabras claves serán la democracia, la equidad, la justicia social, y la paz y la armonía con nuestro entorno natural.
En primer lugar, su libro llama a una verdadera comprensión del conocimiento humano, con sus dificultades su propensión al error y a la ilusión que han parasitado el espíritu del hombre desde los albores de la humanidad. Opina que la educación debe permitir de ser concientizado de estos riesgos, para que el espíritu humano no se encierre en certezas, aunque puedan parecer lógicas y racionales.
El conocimiento humano no es solamente racional porque la verdadera racionalidad también reconoce el afecto, el amor, las pasiones, la curiosidad y la emoción. Sabe que la mente humana no puede ser omnisciente, y que la realidad comporta misterio.
Plantea también la necesidad de repensar cómo se organiza el conocimiento. La modernidad tiende cada vez más a la fragmentación y a la parcelación de los saberes. Por el contrario, es fundamental levantar las barreras tradicionales entre las disciplinas y conectarlas. Un enfoque interdisciplinario es esencial para permitir a los jóvenes comprender la complejidad y la naturaleza global de los problemas de hoy.
Se trata de un enfoque muy valioso, porque estamos viviendo en una era planetaria, una era de globalización, en la que los problemas que enfrentamos son cada vez más multidimensionales y multiculturales, como lo son nuestras sociedades y como lo es el ser humano. Hoy, más que nunca, resulta imposible aislar las partes del todo, ya que cada dimensión se encuentra en constante interacción con todas las demás.
La educación debe contribuir a desarrollar la aptitud natural de la inteligencia humana para ubicar sus informaciones en un contexto y en un conjunto que le permita comprender las relaciones entre las partes y el todo, y, sobre todo, tener en cuenta la complejidad del mundo, según el sentido original de la palabra complejo: lo que está tejido junto.
Al principio del tercer milenio, el conjunto de los seres humanos se enfrenta a problemas y a un destino en común Sin embargo, a pesar de la naturaleza profundamente unificadora del movimiento de globalización, el mundo se divide cada vez más en pequeños estados-nación empeñados en su identidad y su cultura. La consecuencia es un recrudecimiento de los antagonismos: entre religiones, entre laicismo y religión, entre ricos y pobres, entre Norte y Sur, entre democracia y dictadura.
Un aspecto clave de la educación del futuro será entonces, lograr dar al ser humano una verdadera identidad global, con el reto añadido de inscribir en cada uno de nosotros: una conciencia antropológica que nos permita reconocer nuestra unidad, en nuestra diversidad humana. Una conciencia ecológica que nos enseña a compartir y a proteger la biosfera común, y, por último, una conciencia cívica y espiritual global que nos permita a la vez criticarnos y auto-criticarnos y nos enseñe la responsabilidad y la solidaridad, el civismo y la comprensión entre los pueblos.
Tal proyecto parece tan grande, que podría fácilmente ser descrito como una utopía. También podría decirse que trata de un asunto de estricta competencia de los sistemas educativos nacionales, del estado, o de los estados, pero nunca, de nuestra competencia. Sabemos, sin embargo, que los estados no tienen la exclusividad de una visión a largo plazo. Y la verdad es que podríamos iniciar un movimiento así, gracias al compromiso de la sociedad civil y de las organizaciones del tercer sector.
Dianova puede jugar un papel importante en este asunto. No porque la naturaleza de nuestra historia o de nuestra experiencia nos otorgue una disposición natural, que haría de nosotros mejores educadores, sino porque en cuarenta años hemos desarrollado un conjunto de prácticas, una filosofía de la interacción y de la convivencia que nos puede permitir posicionarnos con un proyecto elaborado, como uno de los iniciadores de una nueva “filosofía de la educación”.
Estas prácticas proceden de un know-how que ha sido ya probado y están basadas en la calidad de la atmosfera relacional implementada en nuestros programas, a través de un conjunto de valores esenciales para cualquier proceso de carácter educativo.
El respeto a los demás, a sus necesidades, a sus elecciones, a sus motivaciones y expectativas.
La integración de procesos democráticos que nos permiten escuchar y entender, criticar y auto-criticar, comprender y aceptar la expresión de las ideas heréticas y marginadas.
La empatía, es decir, la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de comprender lo que vive, a veces por haberlo vivido antes.
La tolerancia que implica la elección ética de aceptar las ideas, las costumbres y actitudes que no son los nuestros.
La noción de un desarrollo humano justo y sostenible, con la ejecución de proyectos que favorecen la igualdad de género o las actividades que fomentan la ecociudadanía.
Por último, la resiliencia que traduce nuestro compromiso para ayudar a encontrar soluciones creativas, frente a los retos de la vida y a superar estos retos y seguir creciendo.
Haremos un éxito del proyecto educativo de Dianova con la participación activa de cada miembro de la red, con una multitud de proyectos variados, pero basados en valores comunes. Estos valores ya están presentes y son parte de nuestra identidad. Tendremos que utilizarlos para dar a los jóvenes las claves que les permitan hacer frente a la rapidez de los cambios, a la imprevisibilidad y a la creciente complejidad del mundo.
(1) Publicado en octubre 1999 por la UNESCO, disponible gratuitamente online en castellano y francés
Los siete saberes necesarios para la educación del Futuro (pdf) (Versión integral en el sitio de la UNESCO)