La ausencia de la perspectiva de género en los servicios de adicciones contribuye a la invisibilización de las mujeres

Las mujeres consumidoras de drogas reciben una mayor penalización social que los hombres, lo cual se traduce en la presencia de un menor apoyo familiar o social sumado a situaciones económicas y laborales más precarias como a mayor aislamiento social – Foto de ilustración, licencia CC
Por Gisela Hansen Rodríguez – La perspectiva de género es un marco analítico y comprensivo que permite hacer el análisis de la situación actual, analiza las construcciones culturales y sociales atribuidas históricamente al constructo de hombres y mujeres, reglando lo que se identifica como lo masculino y lo femenino.
Abordar la drogodependencia desde una perspectiva de género implica tener presente las diferencias y especificidades de género en cuanto a los factores que condicionan las motivaciones para consumir, los diferentes patrones, efectos y consecuencias a nivel de salud, social y personal. Por otra parte, implica eliminar las desventajas o desigualdades en el momento de acceder o permanecer en los servicios/ programas preventivos o asistenciales.
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Las diferencias biológicas, así como las diferencias sociales y culturales derivadas de la socialización de género exigen que las estrategias y actividades que se lleven a cabo para intervenir sobre el problema se adapten a estas, dado que la adicción en hombres y mujeres tienen características diferenciales, entre otras que la penalización social e incluso judicial es superior en las mujeres, como la dificultad añadida para acceder a los servicios y completar los tratamientos. Según los datos, las mujeres presentan una evolución menos favorable que los hombres en el tratamiento de las drogodependencias, pero no porque haya una complejidad mayor en la mujer drogodependiente por el hecho de ser mujer, sino en gran medida porque el diseño de estos programas y servicios no tienen en cuenta las necesidades específicas de las mujeres y a su vez porque ellas reciben mayores presiones de su entorno familiar y social para abandonar los programas prematuramente para así asumir nuevamente las responsabilidades familiares asignadas a su rol.
La ausencia de la perspectiva de género en los tratamientos y servicios de drogodependencias y en los equipos de intervención tiene dos claras consecuencias: En primer lugar, la invisibilización de la mujer, que lleva a no tener en cuenta sus especificidades y necesidades particulares. En segundo lugar, que no se estén analizando los condicionantes de género vinculados a la masculinidad que puedan estar influyendo sobre el consumo problemático de drogas.
Las mujeres consumidoras reciben una mayor penalización social que los hombres, lo cual se traduce en la presencia de un menor apoyo familiar o social sumado a situaciones económicas y laborales más precarias como a mayor aislamiento social, lo cual favorece a la invisibilización del problema y la ausencia de ayuda o la demora en recibir atención.
Se estima que, aunque una de cada tres personas consumidoras es una mujer, solo una de cada cinco personas que están en tratamiento por drogodependencias es una mujer (World drug report 2005, UNODC).
A lo largo de estos años las mujeres no sólo han tenido menos acceso a los recursos en comparación con los hombres, sino que también presentan menor adherencia al tratamiento y más dificultades de reinserción sociolaboral.
Cabe destacar la confluencia a la vez del problema de adicción del doble estigma, violencia recibida, la falta de apoyo social y menores medios económicos, así como mayores cargas familiares asociadas al rol de género. Las dificultades que encuentran las mujeres para recuperarse de la dependencia reside en dos tipos de factores (ONU, 2005): a) Aquellos que están relacionados con el programa de tratamiento. b) Los que tienen que ver con los condicionantes sociales, personales y culturales de las usuarias.
Para introducir la PdG en el ADN de las ONG y por tanto en los servicios de atención a las drogodependencias que gestionamos, es necesaria la adopción de medidas positivas[1] en torno a puntos de partida de desventaja social de la mujer y la realización de acciones específicas para necesidades específicas tanto con hombres como con mujeres. Estas acciones deben nacer de un proceso de reflexión y formación vivencial que parta del conocimiento y de la formación en perspectiva de género de los/las profesionales que intervienen y diseñan programas, y deben ser potenciadas y protegidas por un diseño de programa adecuado y eficaz.
[1] Estrategia destinada a establecer la igualdad de oportunidades por medio de unas medidas (temporales) que permitan contrastar o corregir aquellas discriminaciones que son el resultado de prácticas o de sistemas sociales, o sea, es un instrumento que desarrolla el principio de igualdad de oportunidades y que tiende a corregir las desigualdades.