¿Sufre Estados Unidos una sobredosis de opiáceos?

El uso de opiáceos se extiende como la pólvora por toda la sociedad estadounidense

Hydrocodone

La cantidad de muertes por sobredosis relacionadas con los opiáceos de prescripción se ha estabilizado desde 2011

Este mes de octubre, Dianova publicará una serie de artículos relacionados con la actual crisis de opiáceos en los Estados Unidos, con explicaciones, testimonios y opiniones sobre este tema y las adicciones en general.

El país se enfrenta a una grave crisis. Según el Centro de Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), se estima que 142 estadounidenses mueren cada día de una sobredosis. La epidemia de opiáceos, que comenzó en la década de los noventa, se ha convertido en un fenómeno sin precedentes. En la actualidad, las sobredosis ocasionan más muertes que la suma de los homicidios por armas de fuego y los accidentes de tránsito. Entre 1999 y 2015, más de 560.000 personas perdieron la vida en los Estados Unidos por esta causa; una cifra que supera a toda la población de Atlanta (1). Por último, se estima que, en la actualidad, cerca de dos millones de estadounidenses hacen un uso indebido de sustancias opiáceas (abuso o dependencia), por lo que el país más rico y más moderno del mundo ostenta el récord absoluto en materia de consumo de opiáceos.

 

 

Las sobredosis son la principal causa de muerte entre los menores de 50 años, y esta cifra podría aumentar todavía más debido al aumento del tráfico de fentanilo —un opioide sintético cuarenta veces más potente que la heroína— y sus derivados.

¿Cómo se ha llegado a esto?

La crisis del abuso de opiáceos comenzó en la década de los noventa, pero lo que ocurrió en esa época surgió de un verdadero interés por los pacientes. En ese entonces una nueva corriente de opinión recorrió todos los estamentos del ámbito médico. No se prestaba suficiente atención al dolor de los pacientes. Había que hacer algo más, mucho más, para aliviar su sufrimiento. Hasta se llegó a considerar el dolor como el «quinto signo vital», tan importante como la frecuencia cardíaca y respiratoria, la temperatura y la presión arterial. Había una sensación de urgencia.

Al mismo tiempo, los nuevos analgésicos opiáceos comenzaron a aparecer en el mercado. ¿Qué prometían? Proporcionar a los médicos los medios para ayudar a sus pacientes a lograr un nivel cero de dolor. Sin embargo, incluso entonces, se temía que el uso prolongado de opiáceos condujera a la dependencia física: después de todo, no era una nueva clase de fármacos. Pero totalmente eufóricos por la posibilidad de lograr finalmente liberar a los pacientes del dolor, muchos médicos se dejaron seducir por las sirenas de la industria farmacéutica. Y todo el proceso se vio facilitado aún más gracias a un documento que parecía demostrar la relativa inocuidad  de estas sustancias para uso médico.

Una carta milagrosa para la industria farmacéutica

El documento en cuestión era una carta corta publicada en 1980 en el New England Journal of Medicine por dos médicos. Con solo cinco frases en total y una evidencia científica de un nivel bastante pobre, los autores afirmaron que el desarrollo de una adicción era poco frecuente entre los pacientes hospitalizados sin antecedentes de dependencia sometidos a un tratamiento con opiáceos (2).

Parte de la industria farmacéutica se aprovecharía de esta carta y del justificado interés de los médicos por aliviar a sus pacientes y pondría en marcha una gran campaña de promoción, en favor del uso de opiáceos en el tratamiento del dolor. La carta en cuestión se reutilizó cientos de veces, con muchas alteraciones y extrapolaciones, lo que contribuyó a gestar un nuevo mito según el cual las sustancias opiáceas ya podían prescribirse de manera segura, sin riesgo de adicción.

Las drogas ilegales se subieron al carro

Frente al aumento vertiginoso del consumo de opiáceos, resultaba evidente que el mercado negro no se quedaría de brazos cruzados. Con todas esas personas que se volvían dependientes, que se convertían en adictos… Había que aprovechar la oportunidad. Y era el momento más propicio para que los grupos delictivos intervinieran, pues el mercado de la heroína estaba cambiando. Los precios caían bruscamente y nuevas redes de distribución comenzaban a surgir por todos lados, con lo que la heroína y otras sustancias opiáceas comenzaron a llegar hasta los suburbios y las zonas rurales, donde nadie los había visto antes. Los opiáceos del mercado negro encontraron un terreno fértil para una expansión sin precedentes. Es muy sencillo: la heroína y algunos opioides sintéticos ilegalmente producidos son mucho más baratos que los opiáceos recetados. Y como la mayoría de los estadounidenses deben pagar por los medicamentos de su propio bolsillo, muchos recurren al mercado negro para abastecerse de forma más barata. En la actualidad, se estima que el 80% de los usuarios de heroína consumieron primero opiáceos de prescripción.

¿En qué situación nos encontramos hoy?

 

Además, desde 2012 aproximadamente se ha observado que la cantidad de sobredosis mortales asociadas con la cocaína y la metanfetamina también ha aumentado de manera espectacular, aunque muchas de estas muertes, pero no todas, también implican el uso de opiáceos (consumo de varias sustancias al mismo tiempo).

Por último, desde el punto de vista demográfico, cabe señalar que en la década de 2000 la edad media de las personas que murieron por sobredosis fue de 40 años, es decir, que pertenecían a la generación cuya adicción comenzó con el uso de opiáceos de prescripción. Hoy en día, los estudios muestran que esta epidemia afecta cada vez más a una generación de personas más jóvenes que se han convertido directamente en adictos a la heroína o al fentanilo.

¿Qué se puede hacer al respecto?

La solución solo podrá concebirse con un conjunto de medidas. Uno de los objetivos prioritarios consiste en reducir la cantidad de recetas de opiáceos prescritas por los médicos, pero de las que se hace un uso indebido, con la implementación de programas y de buenas prácticas. Y ya se ha hecho. O, por lo menos, está comenzando a hacerse: de acuerdo con el CDC, la cantidad de prescripciones de opiáceos disminuyó en un 18 % entre 2010 y 2015; aunque en 2015 todavía se prescribían tres veces más que en 1999 y cuatro veces más que en Europa. De manera más general, los expertos se centran en mejorar el tratamiento del dolor basándose en enfoques individualizados —que incluyen los opiáceos recetados, pero no se limitan solo a estos— con los que se busca dar una respuesta eficaz a los cien millones de personas que sufren algún dolor crónico en los Estados Unidos.

En cuanto al tratamiento, los expertos hacen hincapié en la importancia de implementar terapias específicas para las personas que ya son adictas. También destacan la importancia de diseñar servicios que se puedan implementar para llegar a la gente allí donde se encuentre, en lugar de dejar que las personas busquen por sí mismas las soluciones disponibles. Además, estos servicios no deben limitarse al asesoramiento o a clínicas residenciales. Es necesario implementar servicios adicionales para satisfacer las diferentes necesidades de las personas afectadas, como los programas residenciales a medio y largo plazo en comunidades terapéuticas, y afianzar los programas de sustitución con metadona o buprenorfina, que se encuentran entre los métodos más eficaces.

Un último elemento —fácil de implementar— es la distribución de kits de inyección de naloxona a los servicios de asistencia primaria y a los familiares de las personas en situación de riesgo. La naloxona es una sustancia que revierte los efectos de la sobredosis y ayuda a despertar a las personas que se encuentran en estado de coma debido a una sobredosis de opiáceos.

Notas

(1) Los datos anteriores se encuentran citados en el informe preliminar de la Comisión sobre la lucha contra las adicciones y la crisis de los opiáceos, entregado al presidente de los Estados Unidos el pasado mes de julio.

(2) El impacto de esta carta se hizo evidente 37 años después de su publicación. En un nuevo estudio, también publicado por el New England Journal of Medicine, los cuatro investigadores que firman el artículo señalan que la carta de 1980 fue citada más de 600 veces, con un pico durante la introducción del nuevo opiáceo OxyContin. Concluyen diciendo: «Creemos que la forma en que se citó esta carta contribuyó a la crisis de los opiáceos en América del Norte, ayudando a elaborar una narrativa que disipó las preocupaciones de los prescriptores sobre el riesgo de adicción asociado con la terapia de opiáceos a largo plazo».