En las últimas décadas, la prevención se ha convertido en un reto cada vez más importante de las intervenciones públicas en el ámbito de las adicciones
Importancia de la prevención
La prevención de los comportamientos adictivos entre los adolescentes es un gran desafío para la sociedad en su conjunto. Sin embargo, las actividades de prevención no suelen estar suficientemente preparadas y se basan más en creencias o ideologías que en conocimientos científicos. Además, esas actividades carecen de homogeneidad, tanto en lo que respecta a las líneas de intervención como a la financiación, y no se adaptan a las especificidades del público diana.
Según Dianova, la prevención de las adicciones entre la juventud debe integrar las evoluciones de la sociedad (nuevas drogas, nuevos modos de consumo, cambios en la legislación, etc.) mediante el uso de estrategias científicamente validadas basadas en normas y guías metodológicas. Estas estrategias se basan en particular en:
- La adquisición de habilidades psicosociales (resolución de problemas, toma de decisiones, habilidades interpersonales, manejo del estrés, etc.);
- Las intervenciones dirigidas a desarrollar las habilidades de los padres y madres (habilidades de comunicación, manejo de conflictos, capacidad de establecer límites, etc.);
- Las estrategias de prevención adaptadas a la juventud con factores de vulnerabilidad (por ejemplo, aquellos cuyos progenitores sufren trastornos por consumo de sustancias).
Enfoques basados en la educación
Los jóvenes no son las únicas personas que consumen sustancias, pero hoy en día los adolescentes crecen en un entorno en el que las drogas, tanto legales como ilegales, están omnipresentes.
En la mayoría de los países del mundo, el consumo de sustancias aumenta considerablemente durante la adolescencia. A medida que se amplían las redes sociales de los jóvenes, su consumo de alcohol se hace más frecuente e intenso, y las cantidades consumidas – en un mismo episodio – suelen ser significativamente superiores a las de los adultos. El consumo de tabaco y cannabis suele seguir un patrón similar, con niveles bajos de consumo hasta los 15 años, que luego tienden a aumentar hasta alcanzar a más de la mitad de los adolescentes entre los 17 y los 18 años.
Proporcionar información sobre las drogas implica transmitir conocimientos objetivos y validados científicamente, al tiempo que se garantiza su buena comprensión. Pero informar no es suficiente.
Además, aunque estas tres drogas son las más problemáticas por el número de personas afectadas, también hay que tener en cuenta el impacto de otras drogas, en particular los opiáceos sintéticos. Algunas de estas drogas sintéticas, fabricadas ilegalmente, son decenas o incluso cientos de veces más potentes que la heroína tradicional de la calle o los opiáceos de venta con receta. Dada la propensión de muchos jóvenes a realizar experimentos más o menos peligrosos, es vital no sólo prevenir las conductas adictivas en general (sobre todo a una edad en la que el cerebro aún no está completamente desarrollado), sino también informar y concienciar para que la experiencia de un día no sea, literalmente, la última [1].
Ganarse la confianza de los jóvenes
Las experiencias vividas durante la adolescencia son fundamentalmente positivas; no sólo son fuente de aprendizaje y creatividad, sino que también tienen un valor estructurante al permitirles ganar autonomía y afinar su percepción del mundo, de los demás y de sí mismos. Por tanto, no es deseable (ni posible) impedir que los jóvenes vivan sus propias experiencias. Por ello, las acciones de prevención de las drogodependencias deben basarse también en la experiencia vivida eventualmente por los adolescentes.
Los enfoques de prevención eficaces también implican ganarse la confianza de los jóvenes diciéndoles la verdad. Los programas dirigidos a los jóvenes deben partir de la premisa sobre la imposibilidad de prevenir todos los consumos de sustancias.
En lugar de centrarse en la abstinencia, los programas deben centrarse en prevenir los comportamientos de mayor riesgo abordando los factores personales y ambientales que pueden desencadenarlos o mantenerlos.
Una acción preventiva eficaz se construye a medio y largo plazo desde una perspectiva global: por supuesto, hay que informar a los jóvenes, pero también hay que apoyarlos en su percepción de los riesgos y beneficios asociados a las distintas drogas, reforzar sus factores de protección, animarlos a participar en actividades que refuercen su autoestima y permitirles desarrollar una relación positiva y satisfactoria con el mundo.
Por eso, en el ámbito de la prevención, las perspectivas educativas, de capacitación y de autogestión han sustituido actualmente a los enfoques tradicionales, disuasorios y restrictivos, gracias a los avances de los conocimientos en las ciencias sociales y humanas.
Las recomendaciones de Dianova
Dianova recomienda el desarrollo de una prevención integral y precoz, en la que participen no sólo el público diana (por ejemplo, los alumnos de una escuela), sino también los padres y los actores comunitarios. Estos programas deben incluir no sólo modalidades intraescolares (por ejemplo, el desarrollo de habilidades psicosociales), sino también modalidades extraescolares, como programas dedicados a los padres, asegurando al mismo tiempo que los adolescentes dispongan de espacios participativos saludables dedicados al ocio y al tiempo libre.
Por último, es esencial que los programas no sólo sean flexibles y diversos, sino que también se adapten a las características de la población destinataria. En particular, el diseño y la ejecución de esos programas deben basarse en una perspectiva de género, es decir, deben ser capaces de responder a necesidades diferenciadas según el género, en vista de las distinciones entre hombres y mujeres o niños y niñas, tanto en lo que respecta a los comportamientos de uso como a las representaciones sociales o, en el caso de los adolescentes más jóvenes, al desarrollo psicológico o físico.
[1] En los últimos años en Estados Unidos, las muertes por sobredosis de opiáceos se han duplicado entre los adolescentes, a pesar de que el consumo de opiáceos ha disminuido drásticamente entre esta población.