Prevenir

En las últimas décadas, la prevención se ha convertido en un reto cada vez más importante de las intervenciones públicas en el ámbito de las adicciones

prevención de las adicciones

Los programas de prevención de las adicciones se definen como una serie de acciones que favorecen los factores de protección y eliminan o reducen los factores de riesgo del consumo de sustancias – Foto: Shutterstock

Importancia de la prevención

La prevención de los comportamientos adictivos entre los adolescentes es un gran desafío para la sociedad en su conjunto. Sin embargo, las actividades de prevención no suelen estar suficientemente preparadas y se basan más en creencias o ideologías que en conocimientos científicos. Además, esas actividades carecen de homogeneidad, tanto en lo que respecta a las líneas de intervención como a la financiación, y no se adaptan a las especificidades del público diana.

Según Dianova, la prevención de las adicciones entre la juventud debe integrar las evoluciones de la sociedad (nuevas drogas, nuevos modos de consumo, cambios en la legislación, etc.) mediante el uso de estrategias científicamente validadas basadas en normas y guías metodológicas. Estas estrategias se basan en particular en:

  • La adquisición de habilidades psicosociales (resolución de problemas, toma de decisiones, habilidades interpersonales, manejo del estrés, etc.);
  • Las intervenciones dirigidas a desarrollar las habilidades de los padres y madres (habilidades de comunicación, manejo de conflictos, capacidad de establecer límites, etc.);
  • Las estrategias de prevención adaptadas a la juventud con factores de vulnerabilidad (por ejemplo, aquellos cuyos progenitores sufren trastornos por consumo de sustancias).

Los diferentes tipos de prevención

 

  • Universal: estrategias dirigidas a toda la población, sin tener en cuenta los factores de riesgo individuales o colectivos.
  • Selectiva: estrategias dirigidas a subgrupos con mayor riesgo de consumo de sustancias.
  • Indicada: estrategias dirigidas a las personas que presentan un riesgo específico de consumir sustancias o sufrir trastornos por consumo de sustancias.

Enfoques basados en la educación

Los jóvenes no son las únicas personas que consumen sustancias, pero hoy en día los adolescentes crecen en un entorno en el que las drogas, tanto legales como ilegales, están omnipresentes.

En la mayoría de los países del mundo, el consumo de sustancias aumenta considerablemente durante la adolescencia. A medida que se amplían las redes sociales de los jóvenes, su consumo de alcohol se hace más frecuente e intenso, y las cantidades consumidas – en un mismo episodio – suelen ser significativamente superiores a las de los adultos. El consumo de tabaco y cannabis suele seguir un patrón similar, con niveles bajos de consumo hasta los 15 años, que luego tienden a aumentar hasta alcanzar a más de la mitad de los adolescentes entre los 17 y los 18 años.

Proporcionar información sobre las drogas implica transmitir conocimientos objetivos y validados científicamente, al tiempo que se garantiza su buena comprensión. Pero informar no es suficiente.

Además, aunque estas tres drogas son las más problemáticas por el número de personas afectadas, también hay que tener en cuenta el impacto de otras drogas, en particular los opiáceos sintéticos. Algunas de estas drogas sintéticas, fabricadas ilegalmente, son decenas o incluso cientos de veces más potentes que la heroína tradicional de la calle o los opiáceos de venta con receta. Dada la propensión de muchos jóvenes a realizar experimentos más o menos peligrosos, es vital no sólo prevenir las conductas adictivas en general (sobre todo a una edad en la que el cerebro aún no está completamente desarrollado), sino también informar y concienciar para que la experiencia de un día no sea, literalmente, la última [1].

Ganarse la confianza de los jóvenes

Las experiencias vividas durante la adolescencia son fundamentalmente positivas; no sólo son fuente de aprendizaje y creatividad, sino que también tienen un valor estructurante al permitirles ganar autonomía y afinar su percepción del mundo, de los demás y de sí mismos. Por tanto, no es deseable (ni posible) impedir que los jóvenes vivan sus propias experiencias. Por ello, las acciones de prevención de las drogodependencias deben basarse también en la experiencia vivida eventualmente por los adolescentes.

Los enfoques de prevención eficaces también implican ganarse la confianza de los jóvenes diciéndoles la verdad. Los programas dirigidos a los jóvenes deben partir de la premisa sobre la imposibilidad de prevenir todos los consumos de sustancias.

Una acción preventiva eficaz se construye a medio y largo plazo desde una perspectiva global: por supuesto, hay que informar a los jóvenes, pero también hay que apoyarlos en su percepción de los riesgos y beneficios asociados a las distintas drogas, reforzar sus factores de protección, animarlos a participar en actividades que refuercen su autoestima y permitirles desarrollar una relación positiva y satisfactoria con el mundo.

Por eso, en el ámbito de la prevención, las perspectivas educativas, de capacitación y de autogestión han sustituido actualmente a los enfoques tradicionales, disuasorios y restrictivos, gracias a los avances de los conocimientos en las ciencias sociales y humanas.

Las recomendaciones de Dianova

Dianova recomienda el desarrollo de una prevención integral y precoz, en la que participen no sólo el público diana (por ejemplo, los alumnos de una escuela), sino también los padres y los actores comunitarios. Estos programas deben incluir no sólo modalidades intraescolares (por ejemplo, el desarrollo de habilidades psicosociales), sino también modalidades extraescolares, como programas dedicados a los padres, asegurando al mismo tiempo que los adolescentes dispongan de espacios participativos saludables dedicados al ocio y al tiempo libre.

Por último, es esencial que los programas no sólo sean flexibles y diversos, sino que también se adapten a las características de la población destinataria. En particular, el diseño y la ejecución de esos programas deben basarse en una perspectiva de género, es decir, deben ser capaces de responder a necesidades diferenciadas según el género, en vista de las distinciones entre hombres y mujeres o niños y niñas, tanto en lo que respecta a los comportamientos de uso como a las representaciones sociales o, en el caso de los adolescentes más jóvenes, al desarrollo psicológico o físico.

Un proceso estructurado y planificado

 

La prevención suele ser uno de los pilares de las políticas llevadas a cabo por los distintos gobiernos. Sin embargo, hay que subrayar que un enfoque preventivo eficaz no se improvisa. Por el contrario, estas iniciativas deben ser organizadas, supervisadas, planificadas en el tiempo y llevadas a cabo por profesionales. La organización de una acción de prevención suele constar de varias fases importantes:

 

  • Primera fase: definir el problema y aclarar sus valores. Los equipos nunca deben embarcarse en una acción de prevención sin antes definir una pregunta sencilla: ¿Qué queremos prevenir exactamente? Responder a esta pregunta no es tan obvio como parece. ¿Qué son las drogas? ¿Qué entendemos por uso de riesgo o problemático, etc.? Por eso es mejor discutir la cuestión de antemano para llegar a un enunciado claro y lo más preciso posible del fenómeno que hay que prevenir.
  • Segunda fase: comprender el fenómeno que se quiere prevenir. Es difícil prevenir un problema si se desconoce su naturaleza exacta, sus consecuencias o su prevalencia en una población determinada. Este paso requiere modelos y métodos de análisis de las pautas, causas y consecuencias del consumo problemático de sustancias.
  • Tercera fase: planificación del programa. En esta fase, debe establecerse con la mayor precisión posible el objetivo del programa, es decir, la situación ideal en la que el equipo considera que el programa tiene éxito. La planificación suele incluir la declaración de objetivos generales (a largo plazo) o intermedios (a corto o medio plazo) y la definición de los medios utilizados para alcanzarlos. Por último, es imperativo que el objetivo fijado sea a la vez específico y mensurable/cuantificable.
  • Cuarta fase: aplicación del programa. La aplicación del programa depende principalmente de la elección de los medios que se utilicen, ya estén basados en un enfoque educativo de los factores de riesgo, en el desarrollo de las competencias personales, o bien en enfoques basados en la influencia social, en particular a través de la intervención con los padres, madres y familias o los terceros significativos.
  • Quinta fase: evaluación del programa. La fase de evaluación consiste, en primer lugar, en comprobar que el programa se desarrolla correctamente y, en segundo lugar, tras su conclusión, en comprobar que se han alcanzado los objetivos. En el primer caso, el objetivo es liderar el programa y mejorarlo continuamente; en el segundo, se trata de evaluar todos los resultados e impactos del programa con vistas a la retroalimentación y el intercambio de conocimientos.

[1] En los últimos años en Estados Unidos, las muertes por sobredosis de opiáceos se han duplicado entre los adolescentes, a pesar de que el consumo de opiáceos ha disminuido drásticamente entre esta población.