“¿Sabe usted por qué solo como raíces? porque las raíces son muy importantes.” La Grande Bellezza, una película de Paolo Sorrentino
El tercer sector y las ONG en general nacen, a menudo, con el deseo de que el problema por el cual se crean desaparezca, drogas, sida, pobreza, exclusión social, etc. Este principio define un particular comportamiento de estas organizaciones ante su desarrollo y crecimiento, surgiendo la necesidad de adaptarse constantemente a su razón de ser y al hecho de ser útiles.
Por ello, la naturaleza de estas organizaciones, todas sin ánimo de lucro, está en el desarrollo, entendido como el conjunto de procesos de maduración y aprendizaje, mediante los cuales una organización cumple su ciclo vital, actualiza sus potencialidades para transformarse y adaptarse a las nuevas necesidades y no a un crecimiento de la organización de por sí.
Muchas de estas organizaciones han vivido, después de una primera fase espontánea y pionera, anos 70 y 80 grandes procesos de profesionalización y de institucionalización, en los que poco a poco, han pasado de la cultura del heroísmo a la de la responsabilidad social, logrando posicionarse como interlocutoras fiables y creíbles.
En este contexto me parece interesante proponeros un extracto del siguiente trabajo “Las raíces franciscanas de la economía de mercado” realizado por Luigino Bruni, Facultad de Economía, Universidad del Studi di Milano – Bicocca. En ese trabajo, el autor presenta la influencia del carisma de San Francisco de Asís en las actividades económicas modernas, antes de iluminar el significado profundo y el alcance de los conceptos de gratuidad y lógica del don que han de vivirse en dichas actividades. El autor entiende el mercado como una forma de philia, un antiguo término griego que se refiere al amor fraterno. El mercado se basa en los determinantes de ese “amor fraterno”: la reciprocidad, la confianza mutua, la cooperación con otros, la búsqueda del bien común (el mío y el tuyo). Pero el motor de las actividades humanas puede ir más allá de esta reciprocidad basándose en el ágape, es decir el amor universal, gratuito, el amor a la humanidad. “Cada vez que una persona actúa por el bien y encuentra dentro de sí y en la acción misma los recursos para seguir adelante incluso sin reciprocidad, allí está actuando el ágape” (L. Bruni).
«El ágape parece tener una naturaleza tendencialmente transitoria, que se presenta en la historia como un amanecer que no llega jamás a la plena luz.
«Estoy convencido de que, aunque el ágape sea una experiencia transitoria por naturaleza y destinada con el paso del tiempo a evolucionar hacia la philia o hacia el contrato/jerarquía, desempeña un papel fundamental en los asuntos humanos. Siempre que el ágape se presenta en la historia, fecundando, dando sabor y fermentando las experiencias humanas, este paso, aunque sea breve, no deja las cosas como las había encontrado. Esta aparición, aun cuando dura pocos años o decenios, o sólo pocos meses o incluso días, deja su huella en la historia; y después de cada encuentro con el ágape, la philia y la jerarquía también han cambiado.
«Así, la comunidad eclesial tras los tiempos apostólicos no es la comunidad sagrada antigua ni comparte muchas de sus características, pues la experiencia del ágape de los primeros tiempos la ha contagiado y transformado. El mercado tras el ágape franciscano deja de ser el mercado del tardo-imperio romano, o el ágora de la Atenas de Aristóteles y de Pericles. La atención de los enfermos, de los jóvenes, de los inmigrantes no es igual, una vez que ha tenido lugar la experiencia agápica de Vincenzo de Paoli, don Bosco o Francesca Cabrini. La India no es la misma después de Ghandi, ni Sudáfrica después de Nelson Mandela. Cuando el ágape irrumpe en la historia abre nuevas posibilidades, aumenta los grados de la libertad, que la hacen distinta cada vez. La economía de mercado ya no es la misma después del movimiento cooperativo, después del comercio justo y solidario, después de la Economía de Comunión.
«La historia de la humanidad avanza gracias a una tradición de testimonios de experiencias agápicas: sin el cristianismo no habríamos tenido a Francisco, sin Francisco tampoco tantos carismas de «atención de la pobreza» en la edad moderna; sin las cajas rurales y de ahorro no habríamos tenido hoy la banca ética, y sin el movimiento cooperativo no habríamos conocido la cooperación social… y así podríamos seguir. Una experiencia que nace del ágape conserva la semilla en sí misma, e incluso cuando debe transformarse por otros motivos, aquella semilla pasa a los otros, y fecunda e inspira nuevas experiencias, en un relevo que es la savia de la historia.
«Sería desastroso pretender frenar el proceso de creación de experiencias proféticas e ideales como las que nacen del ágape, sólo porque tememos que no se sostendrán o que estarán destinadas a durar poco con la misma radicalidad de los primeros tiempos: significaría bloquear el progreso civil, la verdadera innovación civil y humana; bloquear por tanto la historia que avanza como un continuo proceso de experiencias agápicas que evolucionan rápidamente, pero que con su muerte fecundan la tierra. Sólo en el ágape está la verdadera innovación civil y humana, porque es la excedencia que innova. Por esta misma razón también en la experiencia de los mercados más hedonistas y anónimos podemos entrever ecos de la fraternidad de los franciscanos, y en ella del ágape que la ha originado, y rescatarlos como experiencias auténticamente humanas cuando se reencuentran con su raíz fundante y originaria.
«Y cada vez que una persona, en cualquier parte del mundo o en cualquier situación que se encuentre, vive en su ambiente el ágape, dentro o fuera de los mercados, y no se rinde frente al dolor y a la explotación, arriesga la vida por no someterse a una lógica de muerte o de chantaje, se atreve a una economía de gratuidad incluso en un contexto marcado por el egoísmo o el consumismo, entonces la economía agápica es posible aquí y ahora, y para siempre; una economía agápica que no sustituye a la economía civil basada en la «philia», ni tampoco a la Smithiana, pero que puede ser su piedra angular.»
(Luigino Bruni: Las raíces franciscanas de la economía de mercado y de las “Caritas in veritate”. Ambivalencias y posibilidades – Scripta Theologica/ Vol. 44/2012 – p. 159 – 161)
La globalización, las cuestiones demográficas, el envejecimiento de las poblaciones, los flujos migratorios, el paro, la evolución de las tecnologías y la robótica que en líneas generales destruyen más empleo del que crean, nos obliga a reflexionar sobre los nuevos sistemas de protección social y el estado del bienestar, no para desmantelarlos o reducirlos a la mínima expresión, sino para ampliarlos y difundirlos, como inversiones indispensables que garanticen el bien común y la sostenibilidad, en su sentido más amplio.
El tercer sector, junto a los demás agentes sociales, tendrá un papel importante a desarrollar en este reto, a condición de no auto limitarse en su rol de prestador de servicios para la administración pública, saliendo de los paradigmas del siglo pasado donde fue un importante heredero, en el buen sentido, de las intenciones sociales de los movimientos civiles del 68 y las del Concilio Vaticano II que revolucionó las políticas sociales de inspiración cristiana en el mundo occidental.
Activando sus cualidades de adaptación y resiliencia, su relación de proximidad con sus entornos y sobre todo, con su capacidad de propuesta, el tercer sector puede ser un gran protagonista en la construcción de una sociedad más justa para el siglo XXI.
¡Para ellos las raíces son muy importantes!