Declaración de Dianova International a la CSW65

CSW65

Tema prioritario CSW65: La participación de las mujeres y la adopción de decisiones por ellas de forma plena y efectiva en la vida pública, así como la eliminación de la violencia, para lograr la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de todas las mujeres y las niñas.

15 de marzo, 2021 – Según datos recientes de ONU Mujeres, una de cada tres mujeres en todo el mundo experimenta violencia física o sexual principalmente por parte de una pareja íntima. Desde la pandemia, la violencia contra las mujeres, especialmente la violencia doméstica, se ha intensificado. Después de la depresión, la adicción representa la condición más frecuente entre las víctimas de violencia.

En las últimas décadas, varios estudios han demostrado la estrecha relación que existe entre las conductas adictivas y la violencia de género. Además de experimentar problemas de salud física y mental, las mujeres con problemas de uso de sustancias a menudo sufren violencia física y sexual o tienen antecedentes de violencia y abuso.

En varios estudios realizados en los Estados Unidos, se ha encontrado que el abuso de sustancias está presente en los casos de violencia por parte de una pareja íntima entre un 40% y un 60%. Varias líneas de investigación también sugieren que los trastornos por uso de sustancias juegan un papel catalizador en estos incidentes al precipitar o exacerbar la violencia.

En este sentido, la violencia conyugal ha sido identificada como un predictor del desarrollo de un problema de abuso de sustancias y/o adicción. Además, las mujeres que vivían en relaciones de maltrato a menudo informaron que sus parejas las obligaron a consumir alcohol y/o drogas (American Journal of Public Health, 1996).

Las relaciones entre violencia y conductas adictivas forman parte de un círculo vicioso. Por un lado, es probable que el uso de sustancias por parte de las mujeres aumente el riesgo de ser víctimas de violencia por parte de sus parejas íntimas y, por otro lado, el uso de sustancias es una estrategia para hacer frente a la violencia (Kilpatrick et al., 1997; Organización Mundial de la Salud, 2013).

En consecuencia, los trastornos relacionados con las drogas y el alcohol son más frecuentes entre las mujeres que experimentan violencia por parte de sus parejas íntimas en comparación con las mujeres que no han tenido tal experiencia (American Journal of Public Health, 1996).

Como es esperable, el vínculo entre la violencia y las conductas adictivas se encuentra con más frecuencia entre las mujeres que entre los hombres. Además, puede observarse tanto dentro como fuera de la pareja, por ejemplo:

  • El uso de sustancias psicotrópicas (principalmente alcohol y medicamentos) es una forma de insensibilizarse o disociarse para hacer frente a la violencia sufrida dentro de la pareja. Por tanto, el uso de sustancias es consecuencia de este tipo de violencia;
  • La adicción al alcohol presente en las relaciones de pareja conduce a un mayor nivel de violencia conyugal (Violencia de pareja íntima y alcohol, Organización Mundial de la Salud, consultado en noviembre de 2019). El alcohol afecta las funciones cognitivas y reduce la capacidad de resolver conflictos sin recurrir a la violencia. Además, puede exacerbar situaciones familiares difíciles que generan conflictos;
  • El uso de sustancias psicotrópicas ilícitas (heroína, cocaína, etc.) a menudo requiere que las mujeres se vean envueltas en entornos violentos (violencia física y psicológica, chantaje sexual);
  • El uso de psicofármacos altera el estado de conciencia, incrementa la propensión a tomar riesgos y reduce el control sobre una determinada situación, lo que promueve la violencia sexual;
  • Las mujeres con conductas adictivas parecen ser más vulnerables, lo que puede generar amenazas físicas, psicológicas o sexuales y violencia contra ellas;
  • La culpabilidad que sienten las madres que usan sustancias puede empeorar con las reprimendas de sus parejas abusivas (el argumento de la «mala madre» suele ser utilizado por los agresores);
  • Las tasas de violencia física y sexual experimentada por mujeres que reciben tratamiento de adicciones son notablemente altas, oscilando entre el 40% y el 70% (International Narcotics Control Board 2016 Report).

 

Lamentablemente, las mujeres con conductas adictivas que son víctimas de violencia tienen menos probabilidades de buscar y recibir tratamiento debido a su aislamiento social. Además, estas mujeres pueden tener miedo de recibir la ayuda que necesitan debido al temor de ser estigmatizadas por comportamientos desviados por no haber podido cumplir con los roles tradicionales – de esposa, madre y cuidadora de la familia – que tradicionalmente se espera de ellas. Como resultado, el número de mujeres con problemas de uso de sustancias que se inscriben en programas de tratamiento sigue siendo extremadamente bajo a pesar de la cada vez mayor frecuencia de mujeres afectadas.

 

Por un lado, las mujeres tienen que lidiar con sistemas de apoyo social negativos o inadecuados, ingresos económicos insuficientes, desempleo, inestabilidad de la vivienda y problemas con la justicia. Por otro, las mujeres en tratamiento a menudo necesitan apoyo para manejar las cargas del trabajo, el cuidado del hogar, el cuidado de los niños y otras responsabilidades familiares, pero la mayoría de las veces no lo obtienen y deben dejar el tratamiento por las fuertes presiones sociales que reciben para cuidar a los demás.

La mayoría de los estudios e investigaciones relacionados con el uso de sustancias todavía se llevan a cabo con un predominio de participantes masculinos. Por lo tanto, los programas de tratamiento de adicciones generalmente se basan en una perspectiva androcéntrica que no satisface las necesidades de todos. Esta situación genera obstáculos para el tratamiento: las mujeres solo representan una de cada cinco personas en tratamiento por uso de drogas (Informe Mundial sobre las Drogas 2015, Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito).

Sin embargo, investigaciones recientes señalan diferencias significativas entre hombres y mujeres en cuanto a la epidemiología relacionada con las sustancias, los factores sociales, las respuestas biológicas, la progresión al abuso y la adicción, las consecuencias médicas, los trastornos psiquiátricos concurrentes y los obstáculos para el ingreso, la retención y la finalización del tratamiento.

Dianova International cree firmemente que los derechos de las niñas y las mujeres son derechos humanos fundamentales. Existe una necesidad urgente de crear más conciencia entre el público, los medios de comunicación, los tomadores de decisiones y los profesionales de la salud sobre los problemas específicos que afrontan las mujeres cuando se enfrentan a trastornos de uso de sustancias, incluida la violencia, el estigma, las especificidades de género y los obstáculos al tratamiento y la reintegración social.

 

En particular, Dianova apoya todas las medidas necesarias para proteger a las mujeres con trastornos por uso de sustancias y que sufren violencia, con el objetivo de mejorar los índices de ingreso en los centros de tratamiento de adicciones y en los servicios de protección policial, e intensificar los servicios de tratamiento y seguimiento de los agresores. Dianova también aboga por la transversalización de la perspectiva de género en las políticas de drogas y alcohol como un marco analítico que aborde de manera efectiva e integral las complejas necesidades de las mujeres con trastornos por uso de sustancias, incluyendo programas que ofrezcan una amplia gama de servicios adaptados a las especificidades de género.

Dianova International cree sinceramente que empoderar a las mujeres y las niñas les permitirá recuperar su autonomía y su capacidad para tomar decisiones responsables y bien informadas con respecto al uso de sustancias y otros comportamientos potencialmente adictivos. A través del empoderamiento, las mujeres y las niñas también recuperarán el control sobre sus vidas y podrán liberarse de la violencia.

Solo así podrán acceder plenamente a sus derechos, desde el acceso igualitario a la educación, la atención médica, el trabajo decente, la independencia financiera, los derechos sexuales y reproductivos, hasta la representación en los procesos de toma de decisiones políticas y económicas. Y solo entonces, todas las mujeres y niñas tendrán la autodeterminación a la que tienen derecho.

 

Con acciones constantes sobre la igualdad de género y la eliminación de la violencia, todas las partes del mundo pueden avanzar hacia el desarrollo sostenible en 2030, sin dejar a nadie atrás.